miércoles, 15 de enero de 2020

Reciclaje de papel-carton: ¡ de papeleta a papelón !

Dicen que esto de la globalización nos ha traído muchas ventajas y nuevos modos de vida y relación que antes eran impensables.
Puede ser.
Desde luego, ya podemos tratar como “local” prácticamente a todo el mercado mundial.
No soy capaz de decir si esto es bueno o no. No me atrevo.
Como consumidor, probablemente sí. Como ciudadano, no lo veo tan claro.
Pero de  desde un punto de vista medioambiental me parece una barbaridad.
Podríamos hablar de muchas cosas (plazos de entrega imposibles, inmediatez, disponibilidad absoluta, eliminación de los productos de temporada, sobre-embalaje…), pero no me daría el blog ni el tiempo para tanto.
Una de las preguntas que si nos podemos hacer es que sucede después y cuáles son las consecuencias del acto de consumir “a distancia”.
¿Quién se hace responsable de todo eso que compramos cuando ya no sirve y lo tenemos que desechar?
¿O quién paga todas las consecuencias ambientales y económicas negativas que conlleva, sin ir más lejos, la gestión de los residuos de embalajes?
Un ejemplo claro, cada día más palpable y dramático, es el del papel-cartón.
Durante muchos años, el valor del propio material reciclado ha sido capaz de absorber los costes de su gestión y reciclaje y dar beneficios a las empresas que se han dedicado a ello. Y entre los beneficiarios también podemos incluir a los ayuntamientos competentes de su reciclado y, por tanto, a los contribuyentes.
Un buen ejemplo de eso que llamamos la “circularidad de la economía”, aunque esta no fuera a nivel “local”, sino “global”.
Una gran parte de lo consumido volvía al circuito de producción de papel y cartón como materia prima, después de haber sido separada y reciclada oportunamente, mientras las mermas y fugas de material se compensaban con las fuentes tradicionales de materias primas del sector.
Y todos tan contentos.
¡ Pero se acabó la felicidad !
China (y el resto de países asiáticos en cascada), que ha sido el gran consumidor de este tipo de material, ha decidido cerrar su mercado al papel-cartón reciclado y dejarlo de importar masivamente, aceptando solamente el material reciclado de alta calidad.
La primera consecuencia es que el papel-cartón reciclado ya no vale nada.
Todo lo contrario: su gestión, procesamiento y almacenamiento masivo empieza a costar dinero de manera creciente y las empresas recicladoras (las que sobreviven) se ven obligadas a cobrar por los servicios de gestión del residuo y tienen enormes problemas para deshacerse del material.
El reciclado de alta calidad se vende y el resto se queda almacenado.
Y esto ocurre en toda Europa (y no solo), donde se estima que ya hay almacenados más 8 millones de toneladas de papel-cartón reciclado, listo para ser reutilizado.
Lo que hasta ahora era una oportunidad, ahora se está volviendo un problema.
Lo que habíamos conseguido que se convirtiera en un "valioso recurso”, ahora vuelve a bajar a la consideración de "simple residuo”.
Habrá que buscar una salida a lo acumulado y a lo que se va a acumular, porque los costes y el peligro que ese almacenamiento entrañan se están volviendo inasumibles.
Y mientras toda esta cascada de desgracias se cierne sobre nuestra industria, nuestro sistema público de gestión de residuos y nuestro entorno, los chinos siguen exportando y vendiéndonos productos perfectamente sobre-embalados, en embalajes (valga la redundancia) hechos con materiales de muy baja calidad.
Es cierto que somos nosotros quienes compramos y consumimos esos productos y, si aplicamos la máxima de que “quien contamina, paga”, debemos de ser nosotros quienes tenemos que hacernos cargo de las consecuencias, porque la contaminación es efecto de nuestro acto de consumir.
Pero parece evidente que no podemos seguir haciendo las cosas como hasta ahora.
La única manera de afrontar esta cuestión de forma justa y razonable es que cada producto que consumamos tenga ya incluido en su precio una parte destinada a la gestión como residuo del propio bien cuando deje de ser de utilidad y el embalaje en el que viene y que lo recaudado en este capítulo se destine real y efectivamente para ese fin.
Incluyendo, por supuesto, aquellos bienes que importamos de cualquier país tercero a la UE.
Como mínimo, en igualdad de condiciones.
El que quiera comer “jamón” también tiene que hacerse cargo de la parte de “hueso” que le corresponda. Aunque el jamón se coma en la China o en la  Conchinchina.
Ahora, los países asiáticos, incluido el Gran Dragon chino, tienen ventaja frente a nuestra industria, porque solo tienen que hacerse cargo del coste de producir y vender.
El resto ya lo pagamos aquí a escote.
¿Será por eso que tienen los ojos rasgados?
¿De tanto reírse de nosotros?
Esto es la globalización…pero de la estupidez.